
La Divinidad Femenina no es una simple presencia. Es el pulso de la creación, un aliento de la tierra y el eco del amor que lo impregna todo.
No está limitada por el género, el tiempo ni el espacio; es el suave susurro de la intuición y el grito apasionado de la verdad, y se siente en la gracia de una hoja al caer, en el ritmo de las mareas y en el silencio entre dos latidos.

Vive dentro de cada uno de nosotros como un protector valiente y una guía nutricia, como la luz que brilla suavemente incluso en nuestras horas más oscuras.
Es a la vez luna y mar, atrayéndonos hacia adentro con su misterio y hacia afuera con su anhelo.
Cuando la honramos en nuestro interior, nos ablandamos sin perder fuerza y nos elevamos sin olvidar cómo arrodillarnos en reverencia.
Nos enseña que la vulnerabilidad no es debilidad, sino poder sagrado.
En el mundo, se manifiesta en manos sanadoras, voces reconfortantes y corazones que permanecen abiertos a pesar de su fragilidad.

Es artista, sacerdotisa, mujer salvaje, sanadora, madre, amante y vidente. Habla a través de los sueños y el silencio, de la poesía y el dolor. La Divinidad Femenina no grita; escucha. No exige; invita.
Despertar la Divinidad Femenina es despertar la profunda memoria del equilibrio del alma.
Ella regresa para recordarnos la fluidez, la receptividad y la pausa sagrada en un mundo dominado durante mucho tiempo por la lógica lineal y la violencia externa.
No nos pide que conquistemos el mundo, sino que nos comuniquemos con él: que sintamos sus ritmos y reflejemos su sabiduría en nuestra vida, amor y liderazgo.

Nos guía a través de la transformación, no borrándonos, sino profundizándonos.
Su crecimiento es en espiral, no lineal. Su sanación no se produce olvidando la herida, sino abrazándola con ternura y dejando entrar la luz.
No solo da a luz hijos, sino también ideas, revoluciones y nuevas formas de ser.
Dondequiera que exista la creación, ella también existe.

Caminar con la Divinidad Femenina es recorrer la vida como una oración: cada paso intencional, cada palabra una bendición.
Nos invita a confiar en la voz interior, el conocimiento del alma que susurra verdades que la mente aún no ha comprendido.
Confía solo en tu alma, dice. El ego puede decirte lo que quieres oír, pero el alma te dirá lo que necesitas recordar. Ella siempre habla a través del amor.

Y así nos elevamos con ella, no por encima del mundo, sino profundamente arraigadas en él.
Nuestra fuerza no está separada de nuestra dulzura.
Nuestro conocimiento no está separado de nuestro sentimiento.
En la Divinidad Femenina, regresamos a la plenitud, y al honrarla, no nos volvemos menos de nosotras mismas, sino que nos convertimos en más de lo que siempre debimos ser.
– Caroline Stratton
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